Antes de convertirse en una celebración de dulces y máscaras aterradoras, Halloween fue una festividad espiritual. Sus raíces, al igual que las del disfraz, se remontan a antiguas culturas que usaban la indumentaria para proteger, conectar y trascender.

Halloween es hoy una de las celebraciones más populares del mundo. Los disfraces, los dulces y las fiestas temáticas son parte de un ritual colectivo que combina diversión y misterio. Pero detrás de esta tradición moderna se esconde una historia milenaria sobre la identidad, la espiritualidad y la transformación humana.
Según explica Javiera Fernandoy, académica de Diseño de Vestuario y Textil del Campus Creativo de la Universidad Andrés Bello (UNAB), “el uso de textiles y ornamentos para cubrir el cuerpo se remonta a la prehistoria, y su propósito responde tanto a funciones prácticas como simbólicas”. En ese origen se encuentra la semilla de lo que hoy entendemos por disfraz: una manera de representar, proteger y expresar.
En las culturas ancestrales, las máscaras y pieles de animales eran un medio de conexión con lo divino. Vestirse como un ser espiritual o criatura sagrada era un acto ritual, no un juego. Con el paso del tiempo, esta práctica evolucionó hacia expresiones más seculares, como el teatro clásico y los carnavales europeos, donde el disfraz permitió a las personas liberar sus emociones y transgredir normas sociales bajo el anonimato.
Con la Revolución Industrial, el disfraz se masificó. La producción textil y la aparición del cine y la televisión impulsaron una industria global del vestuario festivo. En ese contexto, Halloween se consolidó como una tradición moderna, derivada del antiguo festival celta de Samhain, donde se usaban máscaras para ahuyentar espíritus y honrar el cambio de estación. En contraste, el Día de los Muertos, originario de Mesoamérica, conserva una visión más conmemorativa y comunitaria sobre la muerte y la memoria familiar.
Fernandoy resume esta dualidad señalando que “mientras el Día de los Muertos representa una experiencia colectiva e identitaria, el Halloween contemporáneo se centra en la performance individual, en explorar lo oculto o lo prohibido”. En ambos casos, el disfraz sigue cumpliendo su propósito ancestral: permitir que, aunque sea por unas horas, el ser humano se transforme, confronte sus miedos y celebre su propia naturaleza cambiante.